920 millones de niños en riesgo por sequía
Desde finales de 2020, miles de familias del sur y noreste de Etiopía han sido víctimas de una devastadora sequía. Después de cuatro temporadas de lluvias fallidas consecutivas, la situación ha empeorado drásticamente, afectando cada vez a más regiones y dejando a millones de personas al borde del abismo.
La desertificación es un proceso de degradación del suelo en el que, por un lado, se produce una pérdida paulatina de la fertilidad del suelo y, por otro, una disminución de la capacidad de absorción y almacenamiento de agua de lluvia de los respectivos suelos. Esto se traduce directamente en una menor capacidad productiva de los suelos con las consecuencias que esto implica para la vida.
Las consecuencias de este fenómeno son devastadoras. Estimaciones conservadoras hablan de un 35% de la superficie del planeta en proceso de desertificación. «El África subsahariana, y especialmente el Cuerno de África, es la región más afectada.
La desertificación es una amenaza silenciosa que se cierne sobre la infancia, no solo porque reduce la capacidad productiva del suelo, sino también porque destruye los recursos de agua potable. «Vinimos aquí para beber el agua, pero dejamos de hacerlo porque no sabe bien», dice Bill Gates, un niño de solo 8 años, con la inocencia de su edad aún intacta, pero con la mirada marcada por la dura realidad que lo rodea.
En el Cuerno de África, la falta de agua obliga a niños como Bill y su amigo Tesphalegn a beber agua no saludable, exponiéndolos a enfermedades graves y potencialmente mortales como el cólera. Las fuentes de agua confiables, como pozos y estanques tradicionales, ya se han secado o ya no son aptos para el consumo. Bill, al igual que muchos otros niños, se enfrenta a la dura realidad de la escasez de agua, un enemigo invisible que le roba la infancia.
Según un estudio de UNICEF, 920 millones de niños, más de un tercio de la población infantil del mundo, están muy expuestos a la escasez de agua. Una situación que empeorará «a medida que el cambio climático aumente la frecuencia y gravedad de las sequías, el estrés hídrico, la variabilidad estacional e interanual y la contaminación de las masas de agua», señala el informe.
Cada vez más niños y niñas enfrentan amenazas climáticas que son más frecuentes y más graves. «El cambio climático afecta y transforma a la infancia porque supone una amenaza sin precedentes para su salud, su nutrición o su educación», explica el especialista en cambio climático y proyectos de cooperación en UNICEF España, Rocío Vicente.
Las sequías provocaron más de 1,3 millones de desplazamientos internos de niños en 15 países entre 2017 y 2021, según un estudio de UNICEF. Más de la mitad, 730,000, se registraron en Somalia, otros 340,000 en Etiopía y 190,000 en Afganistán. A diferencia del análisis de inundaciones y tormentas, los datos de sequía muestran principalmente desplazamientos reales como resultado de la catástrofe. Evacuaciones preventivas en contextos de sequía son extremadamente raras, por lo que es probable que la mayoría de estos desplazamientos ocurrieran sin alerta temprana y sin esfuerzos para minimizar las consecuencias del desplazamiento.
Hay que tener en cuenta que estos movimientos no solo ponen en peligro sus vidas, sino también la de los niños. Viven estas situaciones con mucho miedo porque ven una pérdida de su entorno y de sus seres queridos. Además, pueden estar expuestos a situaciones de abuso y explotación.
Pero los efectos no terminan ahí. Esta crisis afecta a los niños de forma transversal y «desproporcionada». «Y luego hablamos de salud mental, por la preocupación que puede ser volver a casa o no, retomar la escuela o no, volver a ver a los amigos o no», detalla el experto.
La desertificación, a pesar de que afecta principalmente a zonas como África, América Latina o Asia, también está empezando a afectar zonas de Europa. La amenaza silenciosa que convierte las tierras fértiles en áridos páramos acecha el futuro. Pero todavía hay motivos para la esperanza. Evitar la deforestación es fundamental para evitar la desertificación y debemos asegurarnos de no perder más bosques.
Los monocultivos, esas enormes extensiones de un solo tipo de cultivo, son un enemigo mortal de la tierra. Agotan los nutrientes, erosionan el suelo y lo dejan vulnerable a la sequía. Necesitamos asegurarnos de producir mejor y de una manera más respetuosa con el medio ambiente, en las tierras agrícolas que ya tenemos. Ya no podemos permitirnos grandes monocultivos. Necesitamos sistemas agrícolas que cuiden la tierra.
Pero no es solo la Tierra la que está en peligro. El agua también está bajo asedio en muchas partes del mundo. «Debemos velar por la protección del agua y su distribución justa y eficiente para que pueda abastecer a los pequeños agricultores y ecosistemas que la necesitan», afirma la consejera regional.
El cambio climático no hace más que empeorar la situación. Como sociedad global, debemos reducir drásticamente las emisiones de gases de invernadero.
Sin embargo, la esperanza no está perdida, es fundamental trabajar de la mano con pequeños agricultores para ayudarlos a organizarse y también para que puedan apoyarse en la información, con el intercambio de prácticas y conocimientos, para ser más resilientes en las tierras donde ya viven.
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